lunes, 20 de octubre de 2008

REVISTA Nº 7

Ya está en la calle publicada y dsitribuida la revista nº 7 que el APA realiza junto con la Comunidad Escolar
La Tarea, Pueden consultar de forma digital en el enlace. que hay sobre su nombre.

Tambien puede ver las revistas anteriores de La tarea en el espacio documentación

domingo, 5 de octubre de 2008

CUANDO VAS EN UNA PATERA, TU VIDA SE PARA

POR ÁLEX HERRERA

SANTA CRUZ. «Pasé mucho miedo. Estuve todo el trayecto vomitando. Fue como si la vida se pusiera en pausa, se detuviera. En más de un momento pensé que no salía vivo de allí». Mohamed Bussaidi todavía recuerda cada detalle de su dramático viaje en patera. Este joven, que cumplió 18 años el pasado mes de diciembre, estuvo durante dos días en una barcaza junto a su hermano y otras 19 personas hasta desembarcar en las costas de Canarias. «Mi hermano estuvo cuidando todo el rato de mí. Pero él también estaba muy asustado», recuerda este muchacho que, con poco más de 13 años, decidió irse porque pensaba que en España «había una vida mejor, con más trabajo y más posibilidades de salir adelante», confiesa a ABC.

Su historia es especial. También la de cada persona que se adentra en el mar a bordo de una patera o un cayuco en busca de un futuro, a veces, con el triste premio de la muerte. Un drama que volvió a vivirse esta semana en Canarias, que vio cómo arribaba a sus costas el cayuco con mayor número de «sin papeles» de su historia. Un total de 230 inmigrantes clandestinos que llegaron a Tenerife, más otro centenar, pocas horas después, a Gran Canaria. «El viaje en una patera es muy jodido. Nuestro patrón nos decía que íbamos a morir y todos estábamos asustados. Pero seguimos y a los pocos días llegamos a Fuerteventura», comenta Mohamed, a cinco años de aquello. Una de las cosas que más le impactó durante la travesía fue «escuchar todo el viaje a un niño de dos años que no paraba de llorar».


Apuros familiares

Nació en el Sahara Occidental, en El Aaiún. Su familia no era de las que pasaban más apuros. «Había otras que no tenían dinero, con muchos hijos y sin padres. Estaban muy mal». Él, sin embargo, «hacía que estudiaba», hasta que decidió cambiar el rumbo de su vida. «Mi madre no me dejaba marchar, se ponía a llorar y a decirme que no me fuera», recuerda. Sin embargo, su padre no se lo impidió.


Su llegada a las costas de Fuerteventura en 2003 no estuvo precedida de la ayuda de Salvamento Marítimo, ni en la costa esperaban los miembros de la Cruz Roja o de la Guardia Civil. Nadie los avistó. Ese año llegaron a Canarias 9.555 inmigrantes clandestinos y todavía parecía poco, al lado de los 32.000 que lo hicieron en 2006.
«Cuando tocamos tierra, lo primero que hicimos fue comer algo que había en la patera y cambiarnos de ropa. Luego nos adentramos en la isla», relata Mohamed, que, junto a su hermano y a otros dos extranjeros, fueron detenidos días después en la capital de la isla, Puerto del Rosario. «A mi hermano lo devolvieron a Marruecos y yo me quedé en un centro de menores». Aquí comenzó su periplo por varios centros de acogida del Archipiélago. «Cuando llegué, estuve una semana llorando, no me gustaba nada esto, me quería ir a mi casa. Pero poco a poco fui comprendiendo el idioma».



Tras un tiempo en Fuerteventura, fue trasladado a Tenerife, donde estuvo en el Centro de Atención Inmediata (CAI) de La Cuesta, en el municipio de La Laguna. Allí empezó su integración. Su estancia en este centro de atención se compaginó con sus estudios en el Instituto Benito Pérez Armas, en Santa Cruz de Tenerife. Tras superar la barrera del idioma (ahora lo domina casi a la perfección), Mohamed pasó a manos de varias ONG (Mensajeros de la Paz y Ataretaco). «Allí estudié varios cursos de cerrajería», asevera.


Ahora, Mohamed ha cumplido parte de sus sueños. Lleva seis meses trabajando en un taller de mecánica en el municipio de Granadilla de Abona, en el sur de Tenerife, y comparte una pequeña pero coqueta casa en la zona de San Isidro. Sus papeles están en camino, y asegura que una vez que los consiga, lo primero que hará será ir a ver a su familia a El Aaiún. «Llevo seis años sin verles y les echo mucho de menos. Quiero ir a verles un mes y llevarles el dinero que pueda ahorrar. Me gustaría que pudieran poner una tiendita o algo así». Después, volverá a Tenerife «para seguir trabajando».





Artículo publicado en periódico ABC 5/10/2008